El vigilante del fiordo
Fernando Aramburu
Tusquets. Barcelona, 2011.
184 páginas. 16 euros.
No ser no duele (1997)
y Los peces de la amargura (2006)
eran las dos únicas muestras que teníamos del Aramburu escritor de cuentos, si
exceptuamos Vida de un piojo llamado
Matías (2004) y otros libros de literatura infantil. El vigilante del
fiordo es su última obra, ocho narraciones en las que se mezclan los temas y
los motivos de las dos colecciones anteriores.
Si en el anterior libro del autor donostiarra (1959)
destacábamos el ritmo pausado y la recreación estilística, en este –sin salirse
del buen oficio y las maneras impecables que posee– va al grano en cada cuento.
En cada una de las composiciones el autor demuestra el respeto que tiene por el
trabajo que realiza y por los temas que trata. Son narraciones, en general,
cortas, sobre todo las primeras del libro. Por ejemplo “Chavales con gorra”, relato
con el que comienza la colección, donde se nos presenta a una pareja que huye –podemos
conjeturar de qué aunque no se nos dice, y en el fondo lo mismo daría–, y
asistimos con angustia a su paranoia.
En “Mártir de la jornada” unos pocos elementos (picor en
los genitales del protagonista, merengue untado en éstos y una iglesia) nos
pueden hacer sospechar un previsible final, pero de nuevo Aramburu nos hace un
requiebro y nos deja con un palmo de narices. El cuento “Lengua cansada” es una
de las grandes composiciones de la colección. Un adolescente nos cuenta las
vacaciones que comparte con su padre en una autocaravana de alquiler. Empezando
la historia desde el trágico desenlace, nos irá rememorando las jornadas con su asqueroso progenitor hasta llegar a descubrir el porqué
de la lamentable salida del último de los cámpings en el que se alojan.
En general, los protagonistas de los cuentos son personas
que huyen, ya sea de algo tangible, de sucesos que intuimos, de sí mismos o de
su propio pasado. Así, en la tercera historia del libro, “Carne rota” se
concatenan los dramas íntimos de varias víctimas de los atentados de Atocha en
2003. Un homenaje en toda regla a las víctimas de una catástrofe sin sentido en
la que el lector se ve envuelto en una vorágine de historias y sentimientos de
ritmo frenético que cortan el aliento. Ahí nos las deja para que reflexionemos
acerca de nosotros mismos, de lo que somos en realidad.
En cuanto al cuento que da título al compendio, se
trata del más sorprendente para el lector. Una composición polimórfica y
poliédrica en la que el autor nos narra el delirio de un paciente de un psiquiátrico
que, salvando las distancias y lo que vigilan ambos, recuerda al guardián de
los niños en el centeno de Salinger. No es la primera vez que Aramburu narra las
historias con el estilo y las acotaciones típicos del teatro, y en este último
libro lo hace de nuevo un par de veces. La agilidad que imprime en los relatos
contrasta sobremanera con los párrafos densos y dedicados al virtuosismo a los
que nos tiene acostumbrados en sus novelas, sobre todo, como ya se ha dicho, en
la anterior. Pero esto no es óbice para que no podamos seguir leyendo frases o conversaciones que les gustaría componer a los más consagrados autores de
nuestra literatura. Basta abrir el libro
y escoger un párrafo al azar.
En definitiva, no es nada nuevo que Aramburu haya
compuesto otra vez una obra magistral. Sin embargo, tenemos la certeza de que
no está de más seguir comentándolo y admirándonos.
Juan José Mediavilla
_
Qué buena tu reseña, amigo Juanjo... Impresionante.
ResponderEliminarLogras que el lector se quede con ganas de más... En cuanto pueda, buscaré el libro. (Por cierto, qué bonita es la portada, ¿verdad?)
Gracias, como siempre, por tu análisis crítico. El trabajo bien hecho siempre se agradece.
Muchas gracias por todo y un abrazo,
María J. Bernal
Aramburu te pone, JJ. ;)
ResponderEliminarLa literatura me la pone dura
ResponderEliminar