Cenital
Emilio Bueso
Salto de
Página. Madrid, 2012
288 páginas.
17,50 euros.
La posibilidad de un mundo post-apocalíptico ha dado grandes
obras tanto a la literatura como al cine. Emilio Bueso (Castellón de la Plana,
1976) retoma el tema y nos pone ante el colapso maltusiano y el fin de las
energías fósiles. Un futuro muy cercano que el autor coloca casi en el
presente, en una ecoaldea que ha sobrevivido a los embates y los horrores del
fin de la humanidad.
En el libro podemos distinguir tres partes esenciales que se
intercalan: las historias individuales de los miembros de la aldea (con nombres
distintos a los que tenían cuando el mundo “funcionaba” y que son alegorías de
lo que realmente son: Theo, Destral, Agro, etc.); la historia de la ecoaldea,
narrada más o menos cronológicamente; y las entradas del blog que el
protagonista escribe antes de la catástrofe en busca de prosélitos.
Si podemos encontrar una historia, aparte de la más que
jugosa que aporta el tema del fin de una sociedad basada en el consumo
desproporcionado e insostenible de sus recursos, es la del conflicto que se
crea entre los habitantes de la ecoaldea y un grupo de guerreros caníbales que
se han hecho los dueños de la carretera, al más puro estilo Mad Max. La
contraposición, moral y vital, entre la aldea, sostenible e inteligente, y estos personajes
terroríficos es una de las tramas más interesantes de la novela.
Adolece sin embargo de cierta pobreza de estilo literario
que en ocasiones hace que parezca que un tema como este no sea merecedor de
semejantes maneras. Es sobre todo el estilo narrativo el que no acaba de
conseguir la fuerza que la historia exige. El otro, el de las entradas del
blog, conlleva menos dificultad y queda logrado. Una historia como esta tiene
que dar más de sí, más que una serie de proclamas conocidas y una narración
atropellada que, si bien ahondan en la profundidad de un problema como la falta de
recursos al que nos tendremos que enfrentar tarde o temprano, no consigue colocarlo como fondo de una historia notable. Además, la
ficción también puede dar más de sí, y lo mismo podríamos decir de la
narración, plagada de expresiones dudosas (“la práctica totalidad, p. 56; “en
plan autodidacta”, p. 194), palabras desprovistas de su sentido correcto
(“bicoca”, p. 172) o simples usos viciados (“…acaba de evaporarles cincuenta y
cinco mil millones de dólares”, p. 144).
Nos quedamos pues con el tema, por acuciante e
imprescindible y con ciertos personajes, en su mayor parte inanimados o
desaprovechados. Se necesitan avisos sociales como este en la literatura, pero
también se necesita que esos avisos estén bien compuestos.
Juan José Mediavilla
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